Los secretos de mi maleta
Una de las preguntas que más me hacen es qué contiene mi maleta personal. Hoy vengo dispuesta a contarlo todo. También me suelen preguntar si he probado todos los productos y cosméticos que llevo en mi enorme maleta roja (o sea, la del trabajo). Pues no, pruebo lo que me apetece, tengo mis propios gustos. Cuando contesto esto, normalmente mi interlocutor me mira con cara de reprobación, como si no supiera qué estoy ofreciendo a mis clientas. Pero… Digo yo, ¿acaso un director de hotel ha dormido en todas las habitaciones de su establecimiento? o ¿una dependienta de una perfumería ha probado todas las cremas y pociones de la tienda?

Mi maleta personal –aunque para ser exactos, debería decir mi armarito de los placeres (o de los vicios, según quien sea el interlocutor)- es cambiante, aunque hay algunos productos fieles. Algunos ya clásicos en mi ajuar, otros de reciente incorporación.
Entre los últimos están Lluvia de amor de Shunga, la primera crema estimulante del punto G, que da un a sensación muy rica y me hace disfrutar mucho más. Aunque espero que no me pase igual que a una compañera asesora, Rosa, que me contó riéndose que se puso la crema y descargó tal tormenta de sensaciones en ella y en su marido que no se pudieron contener y acabaron en un ambulatorio para que le recetaran la píldora del día después.
No funciona igual para todas las mujeres, porque todas somos diferentes, pero para mí supone un gran extra de placer. Y si el punto G puede estar ahí, pues será cuestión de buscarlo. Aunque sin prisas ni presión, por el simple placer de jugar a los descubrimientos.

Los clásicos de Sara

Entre mis productos de toda la vida –de toda mi vida como asesora, se entiende-, está el aceite afrodisíaco de masaje, que es comestible y con el que me encanta tocar y acariciar y, por supuesto, que me acaricien. Según el día, puedo convertirme en una complaciente geisha o en una gatita ronroneante insaciable de mimos y arrumacos.

Me gusta soplar sobre la piel de mi masajeado/homenajeado o exhalar mi aliento sobre él y notar como se estremece cuando siente el efecto calor del aceite y saborearlo al cabo de un rato o pedir a mi amante que vaya degustando zonas selectas de mi anatomía después de acariciarlas a una, dos o cuatro manos con el aceite: un pezón con sabor a chocolate; otro con sabor a frambuesa; ombligo y vientre a la vainilla, muslo a las frutas exóticas, sexo a la menta…
Sí, tengo varios aceites afrodisíacos que permiten las más diversas combinaciones o convertirnos mutuamente en un morboso chupachups de un único sabor. ¿A lo mejor el sofisticado fresa/champagne o, quizá, la voluptuosa uva?
Y, por supuesto, entre mis clásicos no faltan los polvos de miel con sabor a frambuesa. Llamadme viciosa, pero además del plumerito que los acompaña tengo, para deshacernos en gustosas cosquillas, un plumero de color electrizante y una pluma de avestruz.
Y es que a mi Pepe (el alto y fortachón) le encanta la dulce tortura de las cosquillas y los estremecimientos. Creo que voy a llamarlo. Una de las cosas que más me gustan de él es que siempre está dispuesto...
Los hombres cuajada
Mis amigas –las solteras y las casadas- me han comentado que pervive en el tiempo un tipo de hombre del pasado.
Mientras algunas de nosotras seguimos creyendo en el amor y en la fidelidad, este hombre más que ser una cuajada, los tiene cuajados.


La infidelidad es su hobbie y su principal herramienta de trabajo, Internet.
Evidentemente, se lo oculta a su mujer y se deshace en pretextos y excusas para poder salir. El trabajo y las reuniones suelen ser las más usadas.



Ante sus víctimas, puede adoptar dos posturas: la de mentir como un cosaco respecto a la existencia de una pareja (total, ya tiene práctica) o la de confesarlo e ir con el cuento de la lágrima bien porque es desgraciado con su mujer que no le comprende o bien porque ella no le da lo que necesita (en el sexo, se entiende).
¡Qué poco hemos cambiado…!
Bueno, algo sí.
Cada vez hay más mujeres infieles, lo que demuestra que las féminas nos estamos despabilando. Algunos estudios aseguran que el 60% de los hombres son infieles, frente al 40% de mujeres. Según el primer estudio sobre conductas y preferencias sexuales de usuarios de Internet en España, llevado a cabo por el portal de contactos Sexole, las mujeres son más infieles que los hombres (50% frente al 44%).

La pregunta que me hago es: ¿es una buena noticia o una mala noticia?No creáis que soy una moralista. La moral no me importa. Simplemente me pregunto a quién beneficia tanto engaño. ¿No sería mejor que las parejas que no se entienden se separaran y pasaran a otra cosa?

O no, porque entonces ni casadas ni solteras podríamos disfrutar de estos deliciosos hombres en la plenitud de su vida dispuestos a complacernos sin exigirnos nada.
Neófita e internetófila

Últimamente he estado muy ocupada ligando por Internet. Para alguien un poco tímido –como yo-, y algo autista para captar las insinuaciones de los hombres –también como yo- es una buena opción.
Desde mi primera experiencia con el hombre Sprite, que sólo he sido capaz de contar hace poco, he mejorado mucho.

Mi siguiente cita era alérgico a los gatos. Mi pobre Pussy (el gato, es adoptado y venía con ese nombre) se tuvo que quedar encerrado en una habitación mientras tomábamos algo y charlábamos en el salón.
No fue suficiente, al rato mi proyecto de amante se tuvo que tomar un antihistamínico y, al poco tiempo, con la cara un tanto desencajada, me comentó: “siento una opresión en el pecho y en la garganta…”

Me asusté un poco. Y temí que mi pobre Pussy (ahora no hablo del gato) se quedara en ayunas porque tuviéramos que ir corriendo de urgencias.
Pero era un hombre de recursos: sacó el Ventolín y lo inhaló. Recuperó el resuello y me lo hizo perder a mí. ¡Qué forma de besar! Todo lo hacía igual, apasionado y entregado.
Ummm, estuvo muy bien. Tres orgasmos y dos inhalaciones de Ventolín.

Al cabo de unos días, recibí un mensaje: “He pensado que es mejor que cada uno siga su camino. Buena suerte”. En fin, digo yo que también hay hoteles, ¿no?
It's raining Men
A mi amiga Laura le llueven los hombres. El último llegó en busca del martillo que cayó volando en el jardín de mi amiga.
En realidad, el hombre no apareció volando, sino por su propio pie, pero es casi como si hubiera caído del cielo.
Él era un albañil de la obra de al lado. Esto empieza a parecerse al argumento de una película porno o de una película no porno, tanto da, pero mi amiga y su vida son así.

El hombre que, según Laura, no estaba nada mal, llamó a la puerta preguntando por su martillo. En ese momento, yo seguramente me hubiera muerto de la vergüenza, pero Laura bromeó con él y le acompañó en búsqueda de su herramienta.
Mi amiga me contó cómo, discretamente, ella examinó su cuerpo. Iba sin camiseta, su torso estaba bronceado y sus músculos lucían cual anuncio de “la hora del Yogur”.

Cuando el paleta recuperó por fin el utensilio perdido y era hora de despedirse, Laura se dio cuenta de que él la estaba mirando de arriba a abajo y le dijo:
-Se te van a caer los ojos. ¿No te han enseñado a mirar más disimuladamente?

Aquí está la diferencia entre una ingenua aspirante a Mata Hari, como yo, y una auténtica Seductora, lo tengo claro. En su lugar, yo me hubiera cortado y hubiera tropezado con la alfombra o con la puerta perdiendo todo el glamour y la seducción al momento.

-Estás muy buena –respondió él (Vale, no es una frase de película, pero yo puedo sentir como la tensión sexual se mascaba en el ambiente).
Laura rió con esa risa suya encantadora, despreocupada y algo punzante.
Y le pidió el teléfono. Lo apuntó y lo despidió sonriéndole y riéndose:
-¡Fuera de mi casaaaaaa!

A estas alturas, seguramente yo ya hubiera tropezado otra vez y me hubiera caído encima de él, dando lugar a un terrible malentendido, o me sentiría absolutamente apabullada. O, quizá, peor aun, hubiera enviado a musculman señales tan contradictorias que me vería en la incómoda tesitura de intentar salir, como una resbaladiza serpiente, de entre sus brazos murmurando mil excusas y sintiéndome fatal.

Pero Laura controla siempre la situación, el tempo y, sobre todo, los deseos de los hombres… Y ahora tiene un nuevo teléfono en su “chorboagenda”, como la llama ella, que usará o no. Quien sabe…
¡Ay! ¿Quién no ha soñado alguna vez ser una Mujer Fatal de esas que no acaban fatal?
Los hombres Sprite
A veces pasa. Le conocí en Internet y todo pintaba muy bien. Sensible, comunicativo, sin falsas promesas. No quería compromisos ni complicaciones ni yo tampoco.
Pensaba que había encontrado mi filón en Internet, pero no es una panacea.
Charlamos de todo. Sólo hubo un mal presagio. Mientras jugueteábamos con la idea de un encuentro sexual (puro morbo) me aseguró: “Te vas a sorprender de lo que duro”. Pasamos al teléfono. La conversación fluía y nos divertíamos. Nos reíamos.

Nos encontramos y aquel hombre decidido que “conocí” en Internet se convirtió en un ratoncito asustado. No daba pie con bola.
Le perdono que me hiciera andar una hora en busca de un restaurante para cenar a pesar de que había dicho que él se ocuparía de todo. Pase que no se comiera ni la mitad de la cena. Pase que devolviera la carne dos veces a la cocina porque decía que estaba poco hecha. Pase que jugueteara con ella en el plato y la dejara apilada en el centro… Pase que balbuceara en lugar de hablar. Pase que me diera la razón en todo por miedo a contrariarme.
¡Ay! Tenía un cuerpazo y era hermoso. Y me perdí.
Sí, cumplió su promesa. Me sorprendió con lo que duraba… Exactamente tres segundos. De reloj.
Infinitamente satisfecho e insatisfecho de sí mismo me dijo: “no imaginaba que fueras tan guapa”.
No sé si tomarme el lance como un cumplido o como un insulto.
En todo caso, me hizo pensar en cuan cierto es tantas veces eso de “dime de qué presumes y te diré de qué careces”.
Anticipación y espera

A veces las mujeres deseamos tiempo y seducción, a veces queremos un rápido “aquí te pillo aquí te mato”. En ocasiones queremos dulzura y, en algunos momentos, un encuentro salvaje seguido de cariño o de una copa en un bar.
Las mujeres somos cambiantes en el sexo y en las relaciones. Algunas esperan que los hombres sean adivinos que sepan cómo se sienten en cada momento y lo que quieren.
Pero entre los muchos atractivos y virtudes de los hombres –algún día hablaré de sus defectos- no figura el poder de adivinación.




El deseo es una fiera salvaje e independiente que hay que cuidar y espolear. Nada tiene que darse por supuesto.

Una de las cosas que más me gustan de Pepe (me refiero al más alto y robusto de los dos) es que me hace sentir tan cómoda que puedo ser yo en cualquier momento, espontánea y juguetona, sin que me juzgue o me sienta incómoda. Por su parte, él, tan juguetón como yo, secunda entusiasmado mis juegos y propone otros nuevos.

Dos amante traviesos
Hace unos días quedamos para ir a tomar algo. Le pasé a recoger y le pedí que se pusiera sus tejanos más viejos. Había estado pensando en ello toda la tarde y estaba muy excitada. No espero romanticismos de este Pepe, pero sí grandes dosis de acción y complicidad.
Estuvo a punto de negarse cuando, con los tejanos en la mano, le pedí unas tijeras para rajarlos en algunas zonas estratégicas.
Levanté un poco mi falda para mostrarle mis nalgas desnudas. Comprendió, sonrió, e intentó tocar mi sexo libre.
Le comuniqué las reglas de mi juego:-Ahora no, vamos a salir. Puedes excitarme, puedo excitarte. Podemos tocarnos en público en cualquier momento, pero nadie tiene que darse cuenta.

uhmmm esto es sexy
Para igualar nuestra condición, Pepe se puso sus tejanos directamente sobre su piel.
Un bolsillo delantero convenientemente roto, un estratégico corte en la zona de la entrepierna y un tajo en las nalgas garantizaban mi total y libre acceso a él.
Mientras bajábamos en el ascensor, sacó uno de mis pechos del escotado vestido. lo lamió y besó, presionó el pezón con sus labios y succionó. Poco antes de que el ascensor parara, él se detuvo. Salimos, más o menos, como si nada hubiera pasado.

Al cabo de un rato, era yo la que, mirando un escaparate, le tapé con mi cuerpo, restregué brevemente mis nalgas contra su sexo y deslicé una mano en su bolsillo. Le acaricié el glande con las yemas de los dedos mientras con la otra mano tocaba su fuerte y peludo pecho, que me encanta.

 

Dulce tentación
A veces era él quien me tomaba por sorpresa y hacía resbalar sus dedos por el centro ardiente de mi deseo. En una ocasión, no pude aguantarme más y le besé, primero con labios jugosos y ansiosos y luego, en profundidad. Para seguir con mi juego, me despegué de su cuerpo inmediatamente, dulce agonía de deseo que sabe que será ampliamente satisfecho.En un semáforo, deslicé mi mano en la abertura que yo misma había hecho con las tijeras a la altura de su miembro y empecé a masturbarle con suavidad pero con firmeza. Gimió. No puedo garantizar que nadie se diera cuenta, según las reglas que yo misma había fijado, pero a esas alturas no nos importaba.

 Compramos un helado de cucurucho y me sentí morir de placer cuando pasó sus dedos por el helado –de chocolate, por supuesto- y después por mi clítoris. Aun fríos, los dedos se deslizaron en mi interior. Luego, chupó los dedos, con evidente deleite, y empezó a lamer su helado mirándome a los ojos. Nos besamos de nuevo entre refrescante chocolate.

Después de una hora de paseo, de charla y de travesuras, no pudimos esperar más y nos fuimos a un hotel. Los hoteles no son tan caros cuando realmente vale la pena ;-)

Anticipación y espera… Dos preciosos ingredientes para un sexo de alta cocina y alto voltaje.

Los hombres yogur

Mis amigas, conocidas y clientas -las solteras, algún día hablaré de las casadas- hemos detectado un nuevo tipo de hombre.

Los hombres yogur son deliciosos. A primera vista y a primer sabor, tienen multitud de matices y un pozo sin fondo de experiencias, ideas, emociones y amor. Te los comes cucharada a cucharada, descubriendo en cada nueva bocanada, cremosa y envolvente, nuevos atractivos.
De pronto, te das cuenta de que tienes el yogur en casa, planeando salidas, quedándose a dormir casi cada día en tu cama, haciendo planes de futuro: romántico y entregado. Y te dices: bueno, esto pintaba bien al principio, había feeling, pero esto es mucho mejor… Me estoy enamorando.

  El hombre yogur siempre está ahí para darte de comer nuevas emociones, nuevos mimos y arrumacos, delicadas zalamerías. De pronto, te dice que te quiere o que formas parte importante de tu vida o que no imagina la vida sin ti.

Hace planes, hacéis planes juntos, algunos locos como compartir la vida para siempre, pero no importa porque el hombre yogur tiene una gama inagotable de ideas, connotaciones y sabores y está deseando dejarse devorar. Y te lo comes poco a poco, a medida que va poniendo cucharadas de sí mismo en tu boca.

En algún momento, quizá te sientes empachada y le dices, riendo, porque con él se puede hablar de todo: “cariño, tenemos toda la vida, vivamos el momento, no nos apresuremos”. Y él te da la razón y, de inmediato, hace nuevos planes locos y apasionados.

Ha pasado un mes, todo ha sido y es maravilloso, pero, de pronto, llegas al fondo; tu cuchara hace un ruido áspero y vacío y no hay nada. Por el camino, el yogur ha ido cambiando de sabor, volviéndose cada vez más dulce y delicioso, incluso con grandes declaraciones de amor. Conoces a sus padres y hermanos –porque él lo organizó-, habéis ido a alguna fiesta con su grupo de amigos, conoce a tus amigos y a tu familia, porque él lo quiso así… Y os habéis divertido mucho juntos y compartido mucho amor.

Y cuando estabas segura de que es un postre de verdad, hecho a medida, se acaba de pronto, sin ninguna explicación. ¡Ah sí!, aquello de “vamos demasiado deprisa” Y una piensa, hablando mal, “pero desgraciao, si eres tú el que prácticamente se ha instalado en mi casa, el que insistió para conocer a mis padres, el que planeaba que nos fuéramos de vacaciones juntos a los dos días de conocernos, el que cada vez que veía una casa con vistas al mar decía que sería perfecta para los dos…”

Es un hombre yogur. Se deshace en tu lengua y en tus manos, se funde contigo, se cuela en tu boca para que lo saborees y seas adicta a su esencia y cuando estás segura de que te quiere, de que le quieres y de que es una relación seria, se termina. Llegas al final, devoras la última cucharada, que te deja un amargo sabor, y chocas contra el muro de su fondo de envase de cartón. Se ha acabado, se ha consumido demasiado deprisa. Y ya no hay más.

Si alguien le encuentra la explicación, que me lo explique por favor. Yo me debato entre varias: son hombres que necesitan vivir una ilusión y parece que se entregan pero cuando consiguen lo que quieren –a ti- se asustan de repente; quieren ir tan deprisa –a pesar de que una les intenta echar un poco el freno- que sus amores se queman rápido; se sienten solos por cualquier razón y te quieren con la cabeza -porque creen que eres una mujer adecuada para ellos-, pero no con el corazón, o, simplemente, no saben lo que quieren.

¡Ah, los hombres yogur! ¡Qué complejidad de fragancias y de matices! Quizá lo mejor es aprender a reconocerlos al primer vistazo y dejarse llevar por una relación pasional con un final anunciado. Mi pregunta es ¿dónde tienen impresa la fecha de caducidad?
Soy timida, sí pero...
La noche del Pepe
Actualmente, como dice Laura, una amiga que tiene un éxito brutal entre el género masculino, “los Pepes cuidan tu pepe”. Sí, mis dos amantes se llaman Pepe, lo que facilita mucho las cosas. Por lo menos, no me ocurre como a ella que continuamente está a punto de equivocarse de nombre, aunque lo soluciona rápidamente con gran agilidad mental.
Mis Pepes (ahora me refiero a los humanos) son diferentes, pero tienen en común conmigo que les encanta probar todo tipo de juguetes y de cosméticos eróticos y acariciar y masajear y dejarse mimar.



No me imagino a mí misma ante un desconocido sacando del “armarito de los vicios” un fragante aceite afrodisíaco comestible y totalmente besable (¡ñam!) de La Maleta Roja ni aunque sea de vainilla y canela, o frambuesa, mis preferidos.
Necesito confianza y complicidad.

Exhibir, tocar, desnudarSí me imagino exhibiéndome ante un Pepe, cualquiera de ellos, desnudándome poco a poco, provocativa y juguetona, acercándome y mostrando, dejando tocar y esquivando, frotándome contra él y escapando de nuevo, haciendo poses ante el espejo medio desnuda, mostrando mis curvas y mis formas...

Cuando cae la última prenda, extiendo fragante aceite afrodisíaco –que además produce una sensación de calor muy rica en la piel, especialmente en las zonas sensibles-, en las partes de mí que quiero que bese y lama. Deslizo mis manos acariciándome y enseguida sus manos se unen a las mías, fluyendo por mi cuerpo y, de pronto, él siente la necesidad de comerme entera. Me convierto en un postre del que él nunca se sacia. En algún momento, alargo perezosamente una mano, cojo el aceite afrodisíaco –esta vez con sabor a chocolate-, pongo un poco en mi mano y lo extiendo por su sexo, pura lujuria; me encanta que dance entre mis manos.


Al límite del deseo
Otras veces, sin embargo, regalo a un Pepe un masaje de cuerpo entero, sensual y excitante, hecho de deslizamientos en la espalda, en el torso, en los muslos y en el vientre que lo hacen estremecer.

Uno de los Pepes es delgado, por lo que yo misma le doy la vuelta cuando quiero cambiar la zona a masajear. El otro es un tipo muy robusto y alto, por lo que necesito de toda su colaboración para que cambie de posición.
Le tiento con leves toques, me acerco a su sexo y lo rozo levemente. En ese momento, su polla se dirige hacia el cielo reclamando ansiosamente mi atención. Traviesa, pulso su impaciencia y su deseo acariciando, parando, rozando, pasando una mano después de otra por el tronco. Vuelvo a parar un instante, acaricio el glande –chorreante de aceite de frambuesa-, como si lo exprimiera sutilmente y al final lo devoro. Y como y como hasta que ambos nos saciamos.

O, a lo mejor, uso una crema de masaje Love in Style, también totalmente devorable, y jugamos los dos a untarnos con su morbosa textura con sabor a refrescante menta, dulce cereza, lujuriosa frambuesa o sugestiva vainilla hasta que terminamos en un masaje cuerpo a cuerpo en el que cada uno lame al otro en alegre desorden.
Mmmmm, me encantan estos placeres orales.
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Soy tímida
Soy tímida. Siempre lo he sido. Puede parecer contradictorio puesto que soy asesora de La Maleta Roja y mi día a día consiste en hablar continuamente con mujeres y dirigir reuniones tuppersex.

Sin embargo, me siento cómoda con mi trabajo, me encanta informar, escuchar y comunicar. La Maleta Roja me permite ver las reacciones de las mujeres ante los nuevos productos y, también, ser de las primeras en probarlos. ¡Genial! Algún día escribiré sobre mi maleta roja personal.


Quizá mi timidez se dirige más a los hombres. Normalmente no soy capaz de dar un primer paso y, peor aun, no me entero de que quieren seducirme a no ser que me den con un mazo en la cabeza y me arrastren del pelo hacia su cueva.


A pesar de mi autismo hacia los hombres, a veces ligo, pero prefiero los amantes fijos a las locuras de una noche –aunque, de hecho, algún día o alguna noche tiene que ser la primera vez por lo que, en sí, todo empieza con un lío de una noche-.


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  • SARA

    Mi foto

    Soy asesora de La Maleta Roja . Soy treinteañera (muy treinteañera, de hecho) y actualmente no tengo pareja. Ligo en ocasiones, aunque la mayoría de las veces no me entero de que me están tirando los trastos aunque me den con ellos en la cabeza. Me apasionan el sexo, las relaciones entre hombres y mujeres, las relaciones humanas y la vida en general. ¡Somos todos tan peculiares!!! Todavía espero que aparezca el amor, pero, mientras tanto, ¿por qué no pasarlo bien?