La despedida
Pepe, el más fuerte, ha venido a verme por última vez. “Podemos ser amigos” –me ha dicho, pero no me imagino tomándome un café sin intentar seducirle, sin meterle mano, sin jugar con él, sin arrebatarlo del asiento y empujarlo hacia mi cama, sin pasármelo por la piedra sentado en la silla desde la que me habla, que es lo que me hubiera gustado hacer en cuanto me lo ha dicho.
 Se ha enamorado y sale en serio con una chica. Me he alegrado por él, aunque una parte de mí se ha preguntado por qué no soy yo. La otra parte, un yo mucho más descomunal y seguro de sí mismo, sabe que no puede ser porque yo, en realidad, no quiero eso. ¿Por qué no? Es divertido, puedo hablar con él de cualquier cosa, somos la bomba en la cama, es un buen amigo, nos divertimos mucho juntos… Quizá para que fuéramos pareja deberíamos haber quedado de vez en cuando en un lugar que no fuera mi casa.
¡Ah, los misterios del enamoramiento! Funciona como quiere, aunque yo estoy convencida de que se puede influir en él: creo que soy capaz de enamorarme si me lo propongo, como soy capaz de no enamorarme si decido no hacerlo.
¿Frío y cerebral? Puede ser, pero que alguien me cuente las ventajas de enamorarse sin ton ni son de la persona menos adecuada…

Espero que le vaya bien, espero que sea feliz. Y, si no, sabe que siempre puede volver a mí para compartir públicos vicios y virtudes privadas. No es fácil encontrar un cómplice con el que se pueda ser natural, con el que se pueda contar sin mezquindades, presiones ni malos rollos.

Si hubiera sido por él, creo que se hubiera ido dándome un beso en la mejilla (y hasta puede que un apretón de manos y una frase del tipo: “encantado de conocerte”, ¡la madre que lo parió!), pero yo no le he dejado.
Aun a riesgo de que me rechazara, lo que hubiera sido fatal para mi autoestima, me he sentado a horcajadas sobre él, pulcramente colocado en la silla de mi comedor con su traje de ir disfrazado de persona seria. Ha sido todo muy rápido y muy excitante. Siempre me ha gustado su forma de besar. En esta ocasión nos hemos besado como locos, con urgencia, como si fuera la última vez que, de hecho, es lo que era. No nos hemos desnudado, hemos apartado con prisas y casi con dolorosa desesperación las ropas que nos molestaban mientras la despedida se iba materializando entre los dos. Y, entonces, él ha agarrado mis nalgas con firmeza y me he acoplado a él mientras su traje naufragaba bajo mi abrazo y su corbata me servía para atraerlo hacia mí y ligarlo a mi voluntad. Lo echaré de menos. Mucho. Me encanta la naturalidad con la que se desliza dentro de mí, tomando posesión del espacio, resbalando despacio, conteniéndome y conteniéndose hasta explotar en desorden y en caos, en movimientos desenfrenados en los que todo deja de importar. El hombre, la hembra y el hambre, que diría Chaviano, la escritora.

Aunque siempre cabe la posibilidad de decirle a Pepe que podemos ser amigos y tentarle cada vez que nos veamos y hasta convencerle de que se acueste conmigo, incluso sin necesidad de chantajearlo. Al fin y al cabo… ¡Yo lo vi primero!!!! Si lo tengo
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  • SARA

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    Soy asesora de La Maleta Roja . Soy treinteañera (muy treinteañera, de hecho) y actualmente no tengo pareja. Ligo en ocasiones, aunque la mayoría de las veces no me entero de que me están tirando los trastos aunque me den con ellos en la cabeza. Me apasionan el sexo, las relaciones entre hombres y mujeres, las relaciones humanas y la vida en general. ¡Somos todos tan peculiares!!! Todavía espero que aparezca el amor, pero, mientras tanto, ¿por qué no pasarlo bien?